Introducción al vapuleo de tiburones
Los días duros estaban por comenzar o por lo menos era lo que los agentes habían dicho la semana anterior. Había completado todos los entrenamientos de forma sobresaliente, los estudios que le habían obligado a tomar no habían supuesto reto alguno para él. En su pueblo nunca se habrían imaginado que aquel niño indígena terminaría hablando cuatro lenguas diferentes, con una ingeniería a la edad de trece años y avanzados conocimientos de enfermería. Nunca se detuvo a preguntarse si otros agentes en el mundo habían tenido la misma preparación pero no le importaba; tenía la fuerza y el conocimiento para cazar y era todo lo que necesitaba saber.
Desde la muerte del padre Leopoldo se había concentrado únicamente en su meta. Había decidido aprender todo lo necesario para vengar la muerte de sus padres y la quema de su pueblo aún si le tomaba años aprender y años más el encontrar a esa mancha para darle muerte por el bien de todos.
Daniel entró a su habitación tras llamar a la puerta; Justo levantó la mirada hacia su compañero; no tenían que cruzar palabra para saber lo que el otro quería. El joven se levantó de la cama y se enfundó en el uniforme asignado; un overol y camisola de mezclilla con una camisa de algodón color blanca. Los civiles solían burlarse de ellos al verlos vestidos como americanos mas la ropa era barata para la fundación y fácil de lavar para los agentes.
Dejaron el departamento y se reunieron en el teatro; el ambiente era la pesadumbre habitual de soportar una clase más, otro británico con acento ridículo hablando por horas en el escenario. Día tras día tenían que escuchar instrucciones sobre diferentes situaciones, desde las más inverosímiles hasta las más comunes que venían registradas en el manual, libro que llevaban memorizando desde que iniciaron su estadía en el edificio. Justo ocupó su lugar habitual en la tercera fila y, al igual que el resto de sus compañeros, tomó el libro que habían dejado sobre el cojinete. “Tsun Tzu-El arte de golpear tiburones”
-Ok gente-el inglés elegante en el escenario hablaba con autoridad y arrogancia; no era la primera vez que daba el curso pero era la primera vez que ellos lo veían-. Sienten sus traseros y callen sus bocazas.
El discurso era una sarta de presunciones incoherentes sobre la ciencia y la constante instrucción sobre golpear tiburones. Los chicos escuchaban atentamente pero llenos de apatía y con un creciente descontento, no creían una sola palabra que el hombre en el traje les decía y con cada grito y manoteo se convencían más y más que habían desperdiciado su tiempo entrenando en la fundación.
-… Ahora fuera de aquí. Esos tiburones no van a golpearse solos.
Un segundo de silencio que duró una eternidad. El primer libro voló e impactó en el antebrazo del orador, varios más les siguieron con la misma precisión y una ola de abucheos acentuó el rechazo. A los chicos se les había educado mejor que a cualquier joven en el país, se les había dado un objetivo y se les prometió venganza. En ningún momento habían hablado de algo tan absurdo como golpear tiburones. Habían insultado la inteligencia de cada uno de los estudiantes.
Cuatro agentes entraron con la intención de calmar la revuelta pero fueron sometidos al instante por algunos de los alumnos más veteranos. El orador inglés se cubrió detrás del atril a sabiendas que apenas asomara recibiría un certero golpe con impresión a tres tintas. En veinte años dando ese discurso había tenido cientos de respuestas diferentes pero nunca una turba enardecida arrojándole el material de lectura.
Justo se puso en pie, llevó los dedos a la boca y un silbido llenó el teatro; todos detuvieron su actividad en seco y Daniel los guio a la salida. En cuestión de segundos sólo quedaban el orador y el muchacho mirándose con firmeza. El muchacho en ropa de trabajo medía cuatro pies y medio de estatura mientras que el doctor en traje caro medía seis, estaba furioso y su rostro se veía enrojecido. Justo caminó hasta el borde del escenario y metió sus manos en las bolsas de su overol.
-¡Ustedes nunca se integrarán a la fundación!-gritó el británico indignado.
-Mire doc, le voy a hablar derecho-el chico asumió una pose arrogante-. Estamos aquí desde hace cinco años, a nosotros ya nos urge trabajar. No anima mucho que se ponga a decir sobre tiburones y que nos falta otro curso.
-No están listos, son indisciplinados, arrogantes, no son más que…
-Niños. Somos niños. Es por lo que pagaron ¿No?
-Ustedes han sido muy costosos; no se puede poner en riesgo los bienes de la fundación.
-¡Por favor! Nos sabemos el manual enterito, completamos el curso al menos dos veces, algunos tomamos una segunda y hasta una tercera alineación. Estamos más puestos que cualquiera de sus caballeros y usted lo sabe.
-Si no saben seguir órdenes entonces no nos sirven…
-Cálele… Pónganos a prueba un mes y chingo mi madre si se muere uno.
-No estás en posición de negociar.
-Jefe, contando instructores los superamos de diez a uno. Dígale a Von Braun que estamos listos. Sabemos lo que hacemos.
El chico se dio media vuelta y salió del foro. Por un instante el doctor se quedó paralizado con una sensación de impotencia y rabia; no daba crédito a que un niño le plantara cara de esa manera y menos aún que tuviera el raciocinio que había mostrado. Sin duda era más peligroso que cualquiera de los agentes que hubiese tenido bajo su mando previamente. “Éste chico es un euclid por sí solo” buscó su pipa en la solapa de su saco y la encendió aún con rabia. “¿Todos los del sitio MX03 son así?”
Emmet le había comentado sobre el temperamento de los agentes mexicanos; que eran volátiles, unidos y buscarían siempre la manera más fácil y rápida de acabar el trabajo. “También dijo que son demonios de la fiesta.” No se había equivocado en nada cuando le describió que lo mandarían al demonio con su discurso sobre los tiburones, que lo lapidarían e incluso le faltarían al respeto en todos los idiomas que les habían enseñado. El error lo había cometido él mismo al subestimarlos y reafirmó ese mismo error cuando los libros volaban sobre las butacas mientras él los calificaba como cavernarios.
El Doctor salió del teatro y abordó su lujoso auto. Los agentes que había llevado consigo abordaron el auto con los trajes arrugados y desaliñados. A medida que se acercaba a la colonia Condesa sentía su rabia mitigarse y convertirse en admiración; estaba dispuesto a aceptar la apuesta del jovencillo pero limitarla a sus términos. Si el chico ganaba supondría menos paga para el doctor pero podría moverse a instalaciones donde sí fuese necesario amén de librarlo de aquellos jóvenes tan insolentes, si el chico moría el doctor se libraría del cabecilla de aquellos bárbaros y podría convertirlos en caballeros útiles a la fundación. Cualquiera de los resultados le harían sonreír.
Huérfanos de Guerra
-¿Estás loco, Leopoldo?
-Te aseguro que no.
-¡Son niños! ¡Se supone que protegemos a le gente!
-Y por eso es que lo sugiero. Si queremos seguir protegiendo necesitamos agentes entrenados y comprometidos. No podemos tomar hombres hechos y usarlos así, no se adiestran igual.
-Eso lo entiendo pero ¡¿Niños?!
-Que no te engañen, Emmet. Éstos huérfanos no son niños cualquiera, son mexicanos. Puedes pedirles lo que sea y lo harán, enseñarles cualquier cosa y aprenderán bien; carájo, no hay nada que no puedan enfrentar.
-Tío, promover instalaciones en México era una cosa pero usar críos… La reina nunca lo aprobará.
-No te hagas pendejo. ¿A qué edad empiezan los caballeros dragón? ¿Doce? ¿Trece?
-Diecisiete y no es lo mismo…
El Duesenberg aparcó afuera del Teatro Renacimiento, en la angosta calle de Donceles; el chofer descendió y abrió la puerta primero al sacerdote y posteriormente al doctor Von Braun quien se encontraba desconcertado por la ubicación. El padre Ruiz se encaminó a la entrada e invitó al doctor con un gesto familiar; Emmet caminó dubitativo y finalmente arribó a su lado.
Atravesaron el lobby y tomaron asiento en la segunda fila. Emmet no terminaba de entender qué hacían ahí. Desde que la Fundación y el Vaticano habían unido fuerzas los sacerdotes se xhabían vuelto una pieza clave en terreno latinoamericano. La administración de propiedades, entrenamiento de agentes, asignación de misiones y protocolos de contención quedaban en manos del clero más la información recaudada y la disponibilidad de los objetos recuperados eran totalmente de la Fundación. A Emmet no le agradaba la idea de unirse a una institución tan arcaica y retrógrada pero a la Reina le encantaba tener acceso al arsenal del Vaticano así que al Doctor no le quedó más opción que callar y acatar.
Las luces se apagaron y el telón se levantó. Emmet quedó horrorizado cuando vio a una docena de niños de no más de diez años de edad con las manos atadas en la espalda. A sus cincuenta y tres años el doctor había visto demasiadas cosas repugnantes y desalentadoras pero nunca había visto a su organización caer en esa clase de abuso.
Un chico delgado y de piel tostada logró pasar las manos hacia enfrente sin mucho esfuerzo y desató el nudo con los dientes seguido de quitarse la venda de los ojos y liberar sus piernas. Miró en todas direcciones para evaluar la situación y comenzó a liberar a sus compañeros. El padre Leopoldo dio una señal y tres caballeros dragón se dejaron caer en el escenario ostentando armaduras de entrenamiento y sin color en la piel. Emmet entendió de inmediato que eran reanimados.
-¿No se supone que tu iglesia prohíbe la nigromancia?
-Por fortuna la fundación lo permite sin problemas.
El chico tomó algunas sogas y gritó instrucciones a sus compañeros. Los caballeros comenzaron sus ataques con espadas en alto y buscando neutralizar a los niños que corrían y se cubrían con cualquier utilería en escena. El chico delgado aprovechó un tajo e inmovilizó el brazo con la cuerda mientras dos de sus amigos atacaban al caballero quien repelió el ataque de uno pero el tercero lo ató por el cuello y lo derribó. El chico delgado tomó la espada y cortó la cabeza de un solo golpe. No hubo sangre ni quejidos, sólo un cuerpo retorciéndose mecánicamente en el piso.
Con la espada aún en la mano se encaminó al segundo caballero que se encontraba acosando a un par de chicas que se refugiaban bajo una mesa, con sogas listas para atacar a la más mínima abertura. El chico soló un corte que el caballero detuvo con el blindaje en su antebrazo y contraatacó desarmando al muchacho. La espada rodó bajo la mesa, a manos de una chica esbelta y de cabello trenzado quien no perdió la oportunidad de tomarla y hundir la punta en tobillo blindado sacando al caballero de balance. El delgado tomo la soga y la enredó en el cuello del adversario tirando hacia sí con todas sus fuerzas hasta escuchar el crujido de la columna vertebral.
Cuando volvió los ojos al tercer caballero los otros niños ya lo habían vencido.
-¿De dónde los sacas?-exclamo el Doctor con un asombro tan sutil que solo el Padre pudo identificar.
-Son huérfanos.
-¿Los huérfanos de guerra?
-No, de guerra no. Los padres de éstos murieron por anomalías. ¿Ves el flaquito de ahí?
-¿El de la espada?
-Él vio cómo se comían a su familia.
-¿Cómo se llama?
-D-033MX…
-No, su nombre.
-Justo Vázquez del Sagrado Corazón de Jesús.
-¿Hace cuánto que lo entrenas?
-Un par de años.-había una sonrisa arrogante debajo de la máscara de neutralidad. Emmet lo sabía.
-Me lo llevo.
-No está listo.
-Coño, tío… Lo acabo de ver matar a dos unidades de élite ¿Qué mierda le falta por aprender?
-De todo. Procedimientos, negociación, autoridad, niveles de seguridad… Es un diamante en bruto.
-So gilipollas. Sólo le has enseñado a matar.
-Está motivado, sí… Pero el cuerpo se pudre y la mente es más duradera. Aprenderá las labores del campo en su momento.
El telón se cerró y los únicos dos espectadores del teatro se levantaron y encaminaron a la salida. Emmet sentía náuseas tras la muestra del trabajo de Leopoldo pero no por el dilema ético que representaba sino por la forma en la que él mismo había disfrutado ver a la élite de Su Majestad caer a manos de niños; aún si eran reanimados y sus habilidades no eran perfectas el instinto de pelea y el armamento eran genuinos. Los niños estaban en peligro real y habían sobrevivido a algo que agentes maduros les había causado dolores de cabeza. “La rama hispanohablante no fue un error”
-¿Y ya comiste?
-No… ¿Conoces un buen lugar?
-Vamos a la casa de los azulejos. No está retirado y se come muy bien.
-Guíame-el doctor se detuvo en seco y lanzó una mirada sarcástica-. Aunque estoy preocupado. Si tus agentes están en la guardería ¿Podrán protegernos de tiburones?
-Cabrón… Aquí el tiburón se come en chile verde.
Es Ascenso
Tenía cinco años cuando le dieron un hogar. Unos hombres vestidos de bata blanca le habían comprado en uno de los orfanatos de Irlanda, donde le habían alojado desde que sus padres fueron acusados por las Fuerzas de la Corona de pertenecer a la IRA.
Le alejaron de la ciudad y le llevaron a una granja donde vivía con muchos otros niños que tenían una historia muy similar a la suya. Parecía que había amigos en todos lados, cada niño aprendía a sonreír poco a poco en aquella suerte de internado y los adultos eran muy amables con ellos.
Los chicos tomaban clase durante ocho horas y seis horas de juego libre donde a nadie se le permitía estar quieto, a todos se les alentaba a practicar infinidad de deportes casi de forma exhaustiva. Poco a poco fue olvidando a sus padres y los doctores se fueron convirtiendo en su familia.
A los ocho años y junto con una veintena de sus amigos fueron separados del orfanato y les trasladaron a un pequeño castillo en medio del bosque. Las clases se volvieron menos amables y sus maestros enseñaban temas más complejos de igual forma que sus horas de juego fueron reemplazadas por rigurosos entrenamientos en varias artes marciales. Por la mañana estudiaba álgebra, cálculo vectorial y medicina de la misma forma que por la tarde esgrimía una espada, practicaba capoeira o natación. Poco a poco fue olvidando su nombre y el número AD-6423 se fue convirtiendo en su identidad.
A los once años le tomaron junto con cuatro de sus compañeros para llevarles un bunker a las afueras de London. Les recortaron su horario de sueño de ocho a cinco horas, se introdujeron clases de alquimia, introducción a la hechicería e ingeniería mecánica arcana; así mismo fueron reemplazando poco a poco algunas disciplinas marciales por ejercicios de tiro y juegos de guerra constantes. El uniforme incluía un chaleco de cota de malla bastante pesado y por el progreso en las disciplinas impuestas recibían una tira de eslabones adicional que sumaba hasta un kilogramo al lastre que los chicos tenían que ostentar desde que se levantaban hasta que se acostaban. Poco a poco fue aceptando el acero como una nueva piel.
A los trece años sólo quedaban AD-6398, AD-6509 y AD-6423. Una semana al mes eran arrojados en una isla tropical con nada más que sus armaduras para sobrevivir y una incapacidad sobrenatural para quitárselas de encima. En aquellos ejercicios enfrentaban varias amenazas inidentificadas, criaturas de todos los tipos, desastres naturales y en ocasiones hasta sus propios delirios presionándoles a hacerse lo impensable entre ellos. Fue en uno de esos viajes donde perdieron a AD-6509.
A los diecisiete años había sobrevivido a todo; memorizó todas las estrategias efectivas para enfrentar a las razas conocidas y triunfar con las menores pérdidas posibles. Le habían extirpado el miedo, el apego por el mundo y lo habían reemplazado con un feroz instinto de supervivencia así como una lealtad absoluta por la Fundación. Aún si AD-6423 sentía alguna clase de duda para los Doctores era un hecho innegable que estaba en condiciones para el mayor de los ascensos.
Como prueba final le ofrecieron un estante con varias armas y tipos de armadura, de entre todas eligió un revolver de calibre cincuenta y una espada larga mientras AD-6398 prefirió el rifle automático Thompson y una espada corta con un escudo de cometa.
Les condujeron al centro de un almacén repleto de cajones y contenedores de todos los tamaños así como una capa de mugre variada cubriendo el sitio. La voz de uno de los Doctores anunció por uno de los altoparlantes una instrucción clara y concisa: atacarse hasta que alguien no pudiera levantarse.
6398 rió con sorna y sin dar crédito a lo que escuchaba cuando la espada de 6423 se apresuró a su cuello y gracias al reflejo encontró el escudo de 6398 quien continuaba en estupefacción bloqueando los golpes de aquella persona con la que había crecido y por la que había desarrollado incluso una hermandad. Había sorteado los cortes pero la defensa no iba a ser eficaz por siempre así que susurró una letanía y un muro invisible rebotó el ultimo tajo de 6423 derribándole con su propia fuerza, una segunda letanía encendió en llamas púrpuras el escudo y arremetió con la intención de incapacitar a su objetivo pero una duda en su ataque resultó en una evasión impecable y 6423 saltó a refugiarse tras uno de los contenedores.
6398 abrió los brazos y escupió un discurso sobre el compañerismo y la amistad usándole como pretexto para no lastimar a la persona con la que había enfrentado todas la pruebas del sistema cuando una bala impactó en su espalda a la altura del hombro y 6398 volvió su atención a una de las través que sostenía el techo desde donde su objetivo acechaba; intentó la oratoria contra su atacante mientras trataba de alcanzar el Thompson solo para descubrir que estaba en el suelo, el disparo había cortado la correa.
Un tercer disparo impactó con el escudo en llamas pero ésta vez la combinación del muro invisible con el fuego púrpura protegieron a 6398 y le brindaron la oportunidad a 6493 de escapar de vuelta a las sombras. 6398 buscó a su objetivo con la mirada y se agachó para recoger el subfusil cuando un golpe le arrojó contra una de las columnas; con algo de mareo levantó la mirada para encontrar con una de las cajas convertidas en Gólem y lanzando los enormes puños de madera contra su cuerpo. El escudo aguantaba cada golpe pero sus brazos no, cada impacto le causaba un dolor agudo en los antebrazos y no tenía el talento de usar un hechizo de incremento de habilidad como lo había hecho 6423 por lo que arremetió de nuevo con el escudo por delante y cedió la llama púrpura a la caja de madera vieja que ardió casi al instante luchando por lanzar últimos golpes desesperados contra el viento.
El escudo había quedado inútil pero al menos tenía el subfusil de vuelta. Continuó apelando a la amistad de su objetivo pero en respuesta sólo obtuvo silencio. Un cuarto disparo le impactó en el brazo colmando su paciencia y desató una ráfaga de balas sobre el origen del tiro. 6423 salió de la sombras detrás de 6398 y con un solo giro de su espada encendida en llamas cortó la pierna izquierda y terminó con su misión.
Se escucharon murmullos en el altavoz y se abrió la puerta por donde entraron varios médicos apresurados a atender la herida. Otro de los doctores se acercó a 6423 y le atrajo mientras reprendía por el exceso de tiempo que le había tomado el neutralizar a su objetivo y la magnánima compasión que demostró al no tomar su vida sin embargo reconoció que era útil y que había alcanzado el estándar adecuado para recibir el honor más grande que la Fundación ofrecía.
Entraron en una sala donde las cuatro paredes exhibían el arsenal más completo que la Fundación podía poner a disposición de un solo individuo y, al centro de la misma, había una armadura color negra con inscripciones rojas en los bordes. Las placas de tungsteno pesaban poco más que toda la cota de entrenamiento y la cota reluciente de mitrilo se comparaba en peso con la pijama que usaba por las noches.
El doctor le ordenó vestirse con la armadura y escoger su nuevo armamento. No sorprendió a nadie que su equipo constara de las mismas piezas que el de la prueba pero el doctor le persuadió de llevar además una carrillera con varios tipos de granadas y bombas efectivas para distracción y destrucción por igual. Para AD-6423 no había comodidad en esa nueva piel tatuada con las Runas Olvidadas de la Deidad Prohibida y más que una armadura le parecía un disfraz de reptil hecho en metal pero si el doctor decía que era el más grande honor que la Fundación podía otorgar entonces no le quedaba más que confiar en su palabra.
-Bueno hija, al vencer a tu hermana te has ganado un nuevo lugar, dejas atrás tu código AD-6423 y te asciendo a DK013. ¡Bienvenida, Caballero Dragón!